Hackland

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HACKLAND

LARAMASCOTO

Ganador Premio JustART MUSTANGJoven II

21 Junio al 28 Agosto de 2013

TÓTEMS EN HACKLAND

Juan Carlos Gea Martín

El tótem redime al monstruo. El monstruo nos enfrenta a lo absolutamente otro o, más frecuentemente en nuestra cultura, a la otredad que reside en nosotros mismos. Los creadores de monstruos siguen dos métodos: extreman los modelos de la naturaleza fabulando formas completamente nuevas a partir de ellos, o bien fragmentan, abstraen y recombinan las formas naturales, ensamblando criaturas híbridas. El tótem se crea también por hibridación de modelos naturales, pero emblematiza justo lo contrario: frente al monstruo que amenaza o disuelve nuestra identidad individual y colectiva, el tótem brinda protección e identifica, proporciona al individuo un lugar preciso en su grupo y en el orden de la naturaleza. Pervirtiendo la presunta asepsia de operatividad tecnológico-científica, el monstruo revela lo animal en nosotros para arrancarnos de nuestra condición humana; el tótem, mediante un rodeo religioso y mágico a través de lo animal, arraiga al ser humano en el suelo de sus antepasados compartidos y, más lejos aún, en el humus de nuestros orígenes naturales.

El territorio creativo de Laramascoto se sitúa en un cruce de caminos (y de tiempos) entre la narrativa oral, la literatura fantástica, las mitologías tradicionales y las contemporáneas, la cultura pulp, la antropología y la crítica social y política. Ha sido, hasta ahora, un país de monstruos, a condición de que la monstruosidad se considere como un concepto más descriptivo que peyorativo: un país capaz de acoger por igual a un gigante con mil ojos, un ángel, un cíborg, un superhéroe, un híbrido de cualquier género o a cualquier humano contemporáneo alterado de un modo u otro bajo los efectos de la tecnología.

Ahora, en ese país, en Hackland, también se levantan tótems.

Hackland. En inglés “hack” es palabra que acumula significados singularmente diversos. En su acepción principal, como sustantivo, refiere a la acción de cortar en tajos rudos o desbastar algo a golpes, con un hacha por ejemplo. Con fonética muy parecida al “hacha” en castellano, “hack” es asimismo la herramienta con la que se practica esa operación. El verbo “to hack” remite a la acción de abrirse paso a través de obstáculos, como por ejemplo al desbrozar la maleza, y, por generalización, designa a partir de ahí el esfuerzo en pos de algo de logro incierto. Antes que el contemporáneo y difundido “hacker” (probablemente como derivación de la palabra inglesa antigua para el caballo de alquiler o rocín),  se conocía como “hack” al asalariado que se contrata para realizar un trabajo rutinario; específicamente el negro que escribe un texto en nombre de otro.

“Mientras se consideró cada cuerpo, animado o inanimado, como la morada de un espíritu, mientras se esperó que un árbol o un barco se comportaran como una criatura viva, era poco menos que imposible aislar en tanto que secuencia mecánica la función especial que se trataba de realizar  (…) El deseo ingenuo de reproducir lo orgánico, y evocar gigantes y espíritus para lograr poder, en vez de idear su equivalente abstracto, retrasó el desarrollo de la máquina”. (Lewis Mumford, Técnica y civilización).

El paso de técnica a tecnología requiere, según Mumford, la cancelación de toda creencia animista. Los poderes que se intenta manipular ya no se ven encarnados necesariamente en los órganos que los ejecutan. A través de la abstracción, el pensamiento tecnológico se pone en condiciones de manipular las fuerzas de la naturaleza considerándolas en sí mismas y diseñando instrumentos que ya no toman como modelo a sus correlatos naturales. En su origen, lo tecnológico niega lo orgánico.

La peculiaridad de los tótems de Hackland es que integran atributos de lo animal y lo humano, lo tribal y lo individual, lo natural y lo tecnológico, lo hierático y lo animado. Su carácter totémico pasa también por la acumulación de dimensiones, técnicas y tecnologías (la bidimensionalidad del trazo en el muro, la tridimensionalidad de las pantallas, la no-dimensionalidad de la animación digital): “trabajamos”, dicen Laramascoto, “poniendo en pie de igualdad todas las herramientas”. En su verticalidad, estos tótems acumulan también códigos (el simbolismo ancestral junto a los iconos informáticos), planos de presencia y representación, conceptos y escalas: el dibujo adquiere una paradójica masa monumental; el elemento digital (al que tan fácilmente tendemos a conceder hoy todo el protagonismo) queda contrarrestado por las proporciones de lo plástico; las técnicas tradicionales abren una irónica puesta en abismo al representar, dentro de la pantalla, la propia pantalla… El método de trabajo mismo es híbrido y acumulativo, totémico: al fin y al cabo, Laramascoto es un organismo compuesto, una identidad con dos cabezas, dos pares de ojos, dos pares de manos.

¿Qué sentido tiene integrar la tecnología digital en unas formas que evocan un mundo pretecnológico? Hay en esto bastante más que una ironía sobre la mitificación o la sacralización de la tecnología; en realidad, se desanda el camino hasta la bifurcación que describe Lewis Mumford para emprender a partir de ahí un camino distinto.  Frente al mito trágico del robot (que acumula tecnología en un todo que no busca o no logra ser orgánico) o el modelo del cíborg (en el que la prótesis cumple una función subsidiaria y definida simulando específicamente el órgano al que sustituye), frente a esas dos formas que devienen en monstruosidad a la sombra del mito de Frankenstein, en la mitología de Hackland la tecnología se reintegra en lo orgánico para convertirse un elemento simbólico más en el cuerpo del tótem. El animismo absorbe también la pantalla de plasma y lo que esta representa en pie de igualdad con las representaciones zoomorfas o antropomorfas. El anacronismo suministra la energía para saltar hacia la atemporalidad.

 

No es una nostalgia del origen o una ingenua vindicación de ningún buensalvajismo, sino la necesidad de desbrozar a golpes de intuición algún camino hacia el futuro que no se encierre en la autopista sin salida del progreso. Los tótems de Hackland son efigies tutelares, custodios y heraldos de una evolución que no avanza en línea recta sino que tiene que practicar una laboriosa regresión hacia el origen para abrirse en espiral, sin perder de vista en cada vuelta el sentido del centro. En ese camino el hack (el explorador en descubierta, el tallador de formas, el caballo de carga, el que trabaja duro) se lo echa todo a las espaldas, desde el carboncillo hasta el software de animación, porque todo vale para seguir haciendo camino.

Este es el doble tótem que se alza en la entrada al país de los desbrozadores, de los que abren caminos en la maleza de las imágenes y los significados, en el zarzal de las neuronas. Son los hitos de entrada a la tierra de los que ensayan nuevas rutas con todo lo que tienen a mano, los envoltorios tribales o las curas chamánicas para proteger una individualidad en vías de disipación; son artefactos de invocación, dispositivos que levantan antenas simbólicas clavadas bien hondo en la tierra y abiertas, como alas de halcón, mientras envían a su vez señales, en un flujo vertical y ascendente hacia lo que pueda venir, hacia lo incierto.

Gijón, Junio de 2013