Extraños

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Extraños

Javier Saéz Castán

15 de Mayo – 20 de Junio 2015

EXTRAÑEZA

Pablo Auladell

Ahora puede no resultar tan extraño pero lo cierto es que no hace tanto tiempo hubiera sido cosa de ciencia ficción, serie Z, que los media, las salas de exposiciones y las empresas a primera vista ajenas al asunto acometieran la aventura de montar una muestra con la obra de un ilustrador, ese gran desconocido, ese profesional invisible en una sociedad que vive inmersa en un mundo plagado de imágenes cuando no directamente imaginario.

El caso de Javier Sáez Castán es, además, extraordinario por partida doble pues quizá sea el ilustrador más atípico, o el menos típico y tópico, de cuantos despliegan sus mundos gráficos y ocurrencias de variado pelaje en la ingente cantidad de publicaciones que asfixia las librerías y colorea las secciones de libros-juguete en los grandes almacenes. Imponente narrador, autor él mismo de los textos que ilustra, su misteriosa y punzante obra viene a ser como la criatura más sorprendente de la feria, un verdadero monstruo rosa de la edición en castellano, ornitorrinco entre patos y nutrias, cuentos para leer mientras se merienda sopa de cangrejo.

Su verbo hipnótico, aderezado con el tono educado y como distraído de una abuelita británica y sorda, abarca con autoridad el espectro que va de la ironía y la desmesura del bufón elegante hasta el lirismo silencioso de los juguetes antiguos. Entre líneas, se perfilan en sus obras el absurdo de bombín, la máscara solanesca, el sainete y la inocencia inaudita de esos cuentos con moralina que leen los abstemios a media tarde.

Cada uno de sus libros no es un libro, es siempre otra cosa, fascinante y estrambótica, un artefacto de feria de precisión delirante que invita al lector a pasar al otro lado del espejo, a seguir al Conejo Blanco por inocuas peripecias que pueden tornarse de veras inquietantes; a reconocer, en fin, que la carcajada es el gesto más inteligente, si no ya el único posible, ante la sin par estulticia y crueldad de los guionistas y productores del Universo.

Resultaba extraño, por tanto, que Javier no se hubiera acercado al cómic (aunque lo viniera rumiando hace tiempo), siendo éste un medio especialmente propicio para la tramoya y el juego. Lo hace ahora con un pincel parodiador de aquellas sagas pulp, de aquella imaginería del mundo audiovisual, analógico e ingenuo que tan hondamente ha marcado a todos los individuos sentimentales e invariablemente estupefactos de este planeta disparatado. Y una vez más se desmarca de lo común y corriente, ahora mismo la novela gráfica, y elige un formato colosal, tamaño teatrillo, donde desplegar un fabuloso pastiche de mitologías y despropósitos totalmente ajeno a esas historias que triunfan ahora sobre memorias históricas y enfermedades incurables.

Últimamente, me he encontrado con Sáez Castán en los andenes de grandes estaciones tamizadas por el sol engañoso del mediodía; he compartido con él escenarios donde hemos actuado casi como saltimbanquis o titiriteros; hemos hablado largamente sobre asuntos de docencia y contabilidad; y, en fin, nos hemos sorprendido juntos de cómo ha cambiado la profesión de ilustrador en estos años alucinantes: cómo hemos pasado, de ser individuos solitarios que dibujaban en sus discretísimos estudios/celdas de monje, a convertirnos en una suerte de trotamundos multiformes que igual imparten un curso de ilustración para turistas culturales que dan una conferencia en medio de un prado en la quincuagésima edición del Encuentro de Bibliotecarios y Amantes del Libro de Tomellín de los Chopos. O sea, que de toda esta galería de seres inesperados que ustedes van a disfrutar, tengan bien presente que el ilustrador es juez y parte.

Con su perfil de Mandrake de Huesca, no les parecerá extraño que este individuo se dedique a hacer pliegos de cordel donde se cuentan historias ambientadas en la Quinta Avenida. Tampoco que, a estas alturas de la película, igual nos parezcan la mar de normales.