Lampyridae

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Lampyridae

Carlos Coronas

25 de Octubre al 19 de Enero de 2013

Las armas de la luz

Miguel Cereceda

La obra artística de Carlos Coronas ha experimentado una evolución que va desde la preocupación formal, por los elementos visuales y compositivos del arte, es decir por su apariencia y por su juego de apariencias, a una preocupación que podríamos denominar “material”, por el sentido y el significado de su obra. En esta evolución, sin embargo el contenido material es más bien la expresión “espiritual”, mientras que, por el contrario, la apariencia formal es la que trabaja realmente con los elementos materiales del arte (la luz, las formas y los colores). De modo que al final materia y forma parece que se invierten, convirtiéndose la una en la otra.

Esta evolución parte de un interés inicial, de carácter “formalista”, por la interacción sobre el lienzo de sus elementos constructivos y compositivos. Porque lo cierto es que Carlos Coronas se introdujo en el mundo del arte a través de la pintura. Y, aunque no lo parezca al contemplar sus grandes instalaciones luminosas, esa preocupación todavía sigue acompañándole.

Interesado en ese tipo de creación que dio en llamarse “abstracción postpictórica”, en la que coincide con muchos artistas de su generación, Coronas se orientó rápidamente hacia un tipo de creación experimental, en la que la pintura se exploraba por otros medios no necesariamente pictóricos. Es decir, se rompía con la estructura tradicional del lienzo y del bastidor, así como con los pigmentos (el óleo, el acrílico, etc.), para explorar las posibilidades expresivas de la yuxtaposición de elementos plásticos, adheridos directamente a la pared. Coronas jugaba así con la estructura del marco, deconstruyendo su disposición y formando con ella esculturas vagamente pictóricas. Casi inmediatamente después empezó a experimentar con esas estructuras compositivas en madera —que eran la última herencia del marco abierto y roto, o del bastidor descompuesto y estilizado—, combinándolas con trazos semejantes, dibujados con luces de neón. Pero al introducir el neón en su trabajo, la inicial preocupación formal por la mera disposición de elementos compositivos, con los que poder recrear la idea de la pintura sin pintura, empezó a su vez a transformarse en una preocupación material por las propiedades de la luz. Pues con ello introducía de hecho en su obra la interacción de dos tipos completamente diferentes de color: el color luz y el color pigmento.

Aunque desde entonces comenzó a interesarse por las características físicas de la luz, la disputa de los colores —sostenida fundamentalmente por Goethe, contra las teorías de Newton— no fue precisamente motivo de su preocupación, sino que se interesó más bien por la distinción entre las propiedades electromagnéticas de la luz y lo que podríamos denominar sus propiedades espirituales. Carlos Coronas gusta así de llamar la atención sobre la distinción escolástica entre lux y lumen. “Esa doble militancia, ética y energética, inmaterial y física —escribe Franciso Carpio en un texto para su exposición en la galería Astarté (2008)—, es la que hizo a los primeros padres del cristianismo, y después a los eruditos medievales, diferenciar entre lux (dimensión espiritual) y lumen (dimensión material)”[1]. De un modo semejante, su trabajo ha ido prestándole una mayor atención no sólo a los componentes materiales de la luz y los colores, sino a lo que también podríamos llamar su “dimensión espiritual”.

Ello sin embargo no quiere decir en absoluto que ahora Carlos Coronas pretenda reivindicar una especie de metafísica de la luz, que vuelva a invocar sus valores sagrados, místicos o religiosos. Una cita de la Epístola a los romanos, antepuesta por el propio artista a una presentación de sus obras, tal vez podría confundirnos a este respecto. “La noche está avanzada —escribe Pablo de Tarso—, y el día está por llegar; desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz” (Rom 13, 12). Y podría confundirnos porque, desde luego, el contexto paulino de la carta es realmente estremecedor. Pues, lo que el apóstol afirma de inmediato, le otorgaría a este combate de Carlos Coronas por la luz un sentido no sólo moralizante, sino incluso puritano. Pues San Pablo apunta más bien a lo siguiente: “Andemos decentemente, como de día, no en orgías y borracheras, no en promiscuidad sexual y lujurias, no en pleitos y envidias” (Rom 13, 13). Sin embargo, es evidente que no es esta la intención del artista, cuando nos invita a revestirnos con las armas de la luz.

Sin duda su preocupación pasa por explorar algunos de los elementos tradicionalmente vinculados con la idea de la luz, y en particular el relacionado con el esplendor, con la gracia y con la belleza. Es cierto que ello le exigiría un recorrido por todas las doctrinas mitológicas, místicas y filosóficas acerca del simbolismo de la luz y las tinieblas, y su relación con el poder de seducción o de fascinación de la belleza. Pero Carlos Coronas, heredero también de la crítica constructivista de esta tradición y continuador de las experiencias de Moholy-Nagy en sus investigaciones acerca de la luz, no se deja tampoco arrebatar por esta vertiente simbolista o mitológica, sino que trata de acercarse más bien a lo que podríamos denominar una explicación material de la belleza.

Así, desde 2007, cuando presentó su instalación Nowhere en el Centro de Arte Laboral de Gijón, ya apuntaba al respecto que lo que más le interesaba era, por un lado, explorar la relación que su propio trabajo mantenía con la idea de belleza, a la vez que investigar los mecanismos de seducción de la estrategia publicitaria, que utiliza de un modo semejante los tubos de neón, las imágenes, las luces y los colores, como reclamo publicitario.

Así también se acerca ahora esta nueva exposición, titulada Lampyridae, al mismo problema, pero dándole una nueva vuelta de tuerca. Pues ahora su preocupación se desplaza hacia la seducción luminosa que ejercen las luciérnagas. Seducción que nos fascina —como animales que son nocturnos, voladores, dotados de luz propia—, pero que no constituye al parecer sino una estrategia animal de seducción sexual. A Carlos Coronas le interesa la analogía que este tipo de seducción animal mantiene con la seducción de los letreros publicitarios luminosos, y en último término con sus propios aparatos y estrategias de seducción y de belleza. ¿Cómo seduce y cómo nos fascina una estructura poligonal irregular, rematada con luces de neón? Pues lo cierto es que el problema de la belleza ha sido también muy debatido y muy desacreditado en el arte contemporáneo.

La preocupación por tanto acerca de la seducción que ejerce la belleza, se convierte así entonces en una cuestión técnica, a la vez que en una investigación de etología animal. Por eso, al igual que un organismo vivo, Carlos Coronas ha tratado de dar a sus esculturas inertes no sólo la potencia seductora de la luz, sino incluso una cierta respiración, un ánimo (un alma), como si se tratase verdaderamente de un ser vivo, a través de una secuencia de intensidad lumínica rítmica regulada, que pareciera simular la respiración de un organismo vivo. Materia y espíritu entonces, de nuevo reunidos, tratando de contestar a la vieja pregunta de cómo nos seduce la belleza. Pregunta que, en su actual investigación acerca de la seducción de las luciérnagas, podríamos tal vez reformular en la siguiente: ¿cuáles son las armas de la luz?

[1] CARPIO, Francisco.  “El (F) actor luz”,  texto del catálogo de la exposición Light Works,  Galeria Astarté, Madrid, abril 2008.