Paloma al aire

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Paloma al aire

Ricardo Cases

11 de Enero  al 2 de Marzo de 2013

El deseo teledirigido

Luis López Navarro, 2009

El palomista invierte en sus palomos tiempo, dinero y esperanzas. Los cría, les pone nombre, los entrena y les tiene fe. Cuando llega el día de la competición acude con la ilusión y incertidumbre de un niño. La colombicultura es un deporte con reglas y árbitros. Los palomos llegan a valer miles de euros y las apuestas mueven mucho dinero. Sin embargo, hay algo de infantil en la fascinación por las aves; el hombre que sostiene un pájaro tembloroso en la mano tiene la misma mirada que tenía a sus 10 años.

El más macho

Dentro de la colombicultura, existe una variedad genuinamente española: la colombicultura deportiva. El juego es el siguiente: se suelta una paloma y varias decenas de palomos vuelan tras ella compitiendo por sus favores. Aunque ninguno de ellos suele llegar a intimar demasiado, vence el que consigue pasar más tiempo cerca de la hembra. No gana el palomo más atlético, el más resistente ni el de raza más pura. Gana el más cortejador, el que más persistencia e instinto reproductor tiene: el más macho.

Criar un palomo campeón supone prestigio y ganancias. Pintado con combinaciones de colores primarios, igual que una bandera o un equipo de fútbol, el palomo seleccionado, criado y entrenado para aparearse se convierte en proyección, en vector volador del palomista, que encarnará ante la comunidad su éxito o fracaso deportivo, económico y sexual. Lejos de sus miserias cotidianas, el colombaire tiene en el universo colombófilo una vida paralela donde puede llegar a lo más alto. Sólo hace falta tener un ave ganadora. El palomista se queda en tierra pero su vector puede volar.

Antropología huertana

El reducido mundo de la colombofilia constituye para el fotógrafo un modelo a escala que reproduce toda una visión de la vida. Sin que los palomistas sean del todo conscientes,  su actividad pone en juego elementos como el sexo, el vuelo, la competencia, la ilusión, el triunfo o el fracaso. En los rústicos escenarios de la huerta levantina, las metáforas surgen por sí solas. A la escala doméstica de una afición rural y bastante marginal, la colombofilia nos ofrece imágenes del anhelo y la esperanza que, sacadas de contexto, cobran un sentido mayor, universal. Hombres mirando al cielo, con la mirada pendiente del vuelo de su palomo, de su proyectil de vida: su apuesta, su bala, su boleto de lotería. Hombres mirando al cielo ante sus coches, ante sus casas en construcción, hombres mirando al cielo con sus hijos-vectores cogidos de la mano.

El juego

Este trabajo propone un estudio del juego como acto simbólico, como proyección y forma de relacionarnos con el mundo. El juego, fundamental en la etapa infantil, aporta una colección de elementos para la experimentación que permiten a la persona practicar la vida a escala, aprendiendo y acumulando experiencias de forma rápida y sin riesgos. Sin embargo, a lo largo de nuestras vidas nunca dejamos de jugar; aunque creemos vivir de forma práctica y objetiva, gran parte de nuestra actividad es simbólica, metafórica. Los hombretones que salen los domingos al campo con sus palomos juegan y no lo saben. A través de sus proyecciones voladoras se ubican y ponen en valor. El mecanismo no es en realidad muy diferente de la proyección del hincha de fútbol en su equipo, pero lo específico y pintoresco de las reglas y rituales, lo elemental y rústico de sus equipamientos y la espontaneidad de la organización dejan al desnudo los mecanismos que mueven al jugador. A diferencia de otros deportes más populares, en los que la metáfora original (de lucha entre clanes, de ritos de paso) se ha perdido en la objetivación y la profesionalización, aquí el componente primitivo y ritual está aún absolutamente fresco, como recién creado. Un grupo de hombres corriendo por el campo tras sus palomos observando su apareamiento, discutiendo las reglas y los arbitrajes, remite a la documentación etnográfica de ritos de tribus remotas o al grupo de niños que inventan el juego mientras descubren el mundo.

La observación antropológica del juego ritual, ejercido por adultos en una sociedad desarrollada, nos plantea también cuestiones sobre la realidad de lo que vivimos y nuestra forma de percepción simbólica. La transformación en la mirada de los jugadores, esa regresión a sus diez años, tiene mucho que ver con la capacidad recuperada, a través del juego, de vivir lo simbólico como real.