GO 717

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GO 717

VICTOR CAMARA

16 de junio al 23 de julio de 2011

Go 717

Por José Luis Martínez Meseguer

 

No es casual el título de la considerada como una de las primeras exposiciones del Arte Pop en Norteamérica: Nueva pintura de objetos comunes (New Painting of Common Objects), comisariada en 1962 por Walter Hopps, en el Museo de Arte de Pasadena, que incluía obras de Jim Dine, Robert Dowd, Joe Goode, Phillip Hefferton, Roy Lichtenstein, Edward Ruscha,  Wayne Thiebaud, y Andy Warhol. Y es que este importante movimiento artístico del siglo XX se caracteriza por el empleo de imágenes de la cultura popular, en los aspectos más inmediatos de la sociedad de consumo, tomadas de los mass media o medios de comunicación (anuncios publicitarios, cómics, objetos triviales y el cine). El arte pop, buscaba utilizar imágenes populares en oposición a la elitista cultura existente, separándolas de su contexto y aislándolas o combinándolas con otras, además de resaltar el aspecto kitsch o banal de algún elemento cultural, a menudo a través del uso de la ironía.

El trabajo artístico de Víctor Cámara presenta tres tags o etiquetas, de las muchas posibles,  que resumen en lo fundamental la base de su creación artística: pop, humor y reciclado. Pop, porque este importante movimiento artístico es fuente de su inspiración, en los grupos británico y francés sobre todo. Fundamentalmente, el estilo de Víctor Cámara nos recuerda y retrotrae al grupo francés del Nuevo Realismo (Nouveau Réalisme, 1960-1970) tan combativo y que utilizaba el mundo para hacer su arte. Al igual que estos, parece que arranque de los muros de la ciudad los elementos que nos están contando su historia actual y los traslade al lienzo. Pero si aquellos surgieron como reacción o como contra visión al Pop yanqui, en el caso de Cámara, él va a tomar elementos que nos recordarán al Pop, pero nos dará su visión hispana, rescatando del recuerdo colectivo elementos de la publicidad que darán una vuelta de tuerca al movimiento norteamericano con una lectura menos inodora, incolora e insípida. Víctor Cámara, sustenta su discurso más en la actitud (disposición) que en la aptitud (habilidad). Cuando estamos ante su obra nos parece que muros callejeros han sido arrancados de cuajo de las calles, para configurar una arenga entorno a la cotidianeidad y nuestra realidad.

El término “Nuevo Realismo” fue usado por vez primera en mayo de 1960 por Pierre Restany, para describir las obras de Arman, François Dufrêne, Raymond Hains, Yves Klein, Jean Tinguely y Jacques Villeglé, expuestas en Milán. En 1961 se les unió César, Mimmo Rotella, después Niki de Saint Phalle y Gérard Deschamps. El artista Christo se unió al grupo en 1963.  Los llamados “cartelistas” del grupo, Jacques de La Villeglé, Raymond Hains, François Dufrêne y Mimmo Rotella, se vuelven hacia el universo de la publicidad y de la sociedad de consumo, seleccionando carteles que quitan, superponen, desgarran y recomponen. La obra de Víctor Cámara presenta muchas concomitancias con la de Mimmo Rotella, conocido por la crítica como el rompe-carteles, quien descubre los posters publicitarios como expresión artística, como el mensaje de la ciudad. Esto fue el origen del decollage, pegando trozos de posters arrancados de la pared sobre lienzo. Más tarde continuó con el llamado “doble décollage”: el poster arrancado de la pared, y más tarde modificado en el estudio. La obra de Víctor Cámara, devienen carteles, panfletos arrancados de las paredes, traspasados al lienzo, desgarrados, pura arqueología ciudadana, y señalan un gesto de protesta contra una sociedad que ha perdido el gusto por el cambio.

El segundo elemento de su receta: el humor, la socarronería, el hispánico humor negro, la picardía, que sabe administrar y utiliza de tal manera que te conmueve por su sutileza, aun cuando esté tratando de temas que -por su brutalidad- exigen un posicionamiento ético y moral. La pintura de Víctor Cámara es parte de un juego intencionalmente irónico en el que se vislumbra de inmediato la suspicacia y lo ridículo de un mundo en el que predomina la hipocresía y donde los valores han sido invertidos o pervertidos por las altas instancias del poder, venga de donde venga este.

Todo lo mira este creador bajo el escrutinio voraz de la ironía. Puede ser la ciudad, la religión, la política o el arte mismo Es un artista sutil, incisivo, diestro. Todo es cuestión de medida y en eso consiste precisamente su sapiencia pictórica. La parodia visual, quevedesca, y su pícara mirada recomponen de esta manera el mundo. Lo extravagante, lo feroz y lo convulso se hace más digerible en sus imágenes que son siempre salpicadas de un humor acre o socarrón, que a veces se acerca a la caricatura.

En toda la producción de Víctor Cámara se suman imágenes personales, algunas de su propia biografía, sobre cuestiones sociales efervescentes (pena de muerte, derechos humanos, guerra nuclear…), y otros sobre la esfera pública internacional, tratando de hacer hincapié en su propio discurso “revolucionario”. Lo subversivo no es tanto el mensaje de sus “carteles”, como el propio estilo pictórico. Se supone lo insurrecto del arte de Víctor Cámara para con el arte oficial y carcamal propagandístico.

La sátira conlleva siempre un componente didáctico, enseña lo que es deforme, feo, lo que no debemos hacer. Las obras de Cámara, al igual que casi toda su producción, no podemos dejar de leerla bajo esa perspectiva del humor. Reflexiones del artista de realidades muy complejas, pero sobre las que ironiza con cierta candidez y ternura, conferidas también por ese dibujo que configura a sus personajes amabilidad y cercanía.

En cuanto al uso del reciclado, el tercer ingrediente de su fórmula, tiene que ver también con los componentes de su procedimiento, y -que conste- no se adscribe en esto a las nuevas modas, pues ya en sus primeras exposiciones, a principios de los noventa, utilizaba como soporte los más inverosímiles materiales cotidianos, como los pañuelos de papel desechables (denominados habitualmente como la mundialmente famosa marca comercial: Kleenex), que le conferían a esas piezas una fragilidad muy adecuada, pero en otras ocasiones –usando el decollage– tenemos la sensación en sus lienzos de que nos ha arrancado un pedazo de muro callejero, con toda su contundencia y rotundidad.  Si hubiera sido músico, Víctor  habría gustado y sabido transportar a la partitura el ruido y el silencio callejero al igual que hiciera John Cage. En definitiva, Víctor Cámara es un pensador de su entorno, un filósofo de lo cotidiano, que en su mensaje –estético o no- nos conmueve y hace que pensar en nosotros mismos, en nuestro propio existir.

El trabajo de Víctor Cámara, sus pinturas, sus esculturas, sus cerámicas, presenta una primera lectura -epidérmica- muy amable y agradable, a la que nos aproximan sus brillantes colores, la cercanía de su iconografía popular, ese dibujo sencillo casi naïf que despierta unos sentimientos todos dulces, agradables, simpáticos. Pero, y ahí estriba su maestría, tras ese primer vistazo, la obra adquiere una connotación distinta, cargada de intencionalidad, donde subyace un mensaje nada gratuito y que ha sido el que ha llevado al artista a transmitirnos, a comunicarnos -a través de su arte- la sublimación de ese echo que le ha conmocionado. Casi siempre alimentado por noticias de los media, o imágenes de la cotidianeidad y que denuncian situaciones que parecen llevarnos hacia una deshumanización.

De tal manera que su obra viene a configurarnos una suerte de arqueología de la cotidianeidad. El soporte, su técnica, viene a recuadrar momentos de la actualidad, retazos del mundo a través de sus ojos, de esa mirada limpia y cuyo único deseo es hacer posible de una vez el lema de la revolución gala: igualdad, libertad y fraternidad. El pretende un mundo mejor, y mejorarlo y como mejor sabe hacerlo es con su arte. Haciéndonos mirar con sus ojos cómo él ve el mundo.

Destacar la serie Velma. Es un homenaje a la mujer. No pretende ser un oportunista, manido o cumplido trabajo de género. Se sirve del personaje femenino Vilma Dace Dinkley, que castellanizado da nombre a este trabajo, de la famosa serie de dibujos animados de Hanna-Barbera, Scooby-Doo. En ella cuatro adolescentes viajan a lo largo del mundo en una furgoneta llamada “La Máquina del Misterio”, por la cual se transportan de un lugar a otro resolviendo misterios relacionados con fantasmas y otras fuerzas sobrenaturales. Al final de cada episodio, las fuerzas sobrenaturales tienen una explicación racional, generalmente un criminal que espanta a la gente para poder cometer sus crímenes.

Este esquema le ha servido para viajar en el tiempo y rescatar del anonimato historias en las que la mujer es protagonista. No desde la heroicidad imitativa al hombre, no desde la veneración de la mujer como diosa, virgen o madre. Desde unos presupuestos absolutamente laicos, huyendo de todo lo que pudiera recordar una hagiografía, intenta plasmar en esta serie de mujeres cuyas acciones o hechos las posiciona en un lugar especial, cuanto menos.

Esta serie me retrotrae al arte bizantino, en el que la importancia de los personajes, radicaba en sus ropajes, que son los que indican su importancia y posición, pues el hieratismo de sus rostros y similitud apenas nos diferenciaba un actor de otro. Igualmente se sirve del rostro de Velma, que utiliza a modo de plantilla, reiterativo, sin personalizarlo en cada mujer protagonista y al que “viste” o contextualiza según cada caso requiere, utilizando pintura y collage, como viene siendo habitual en su obra, confiriéndole el aspecto de fresco urbano que la obra así adquiere. Proyecta a Velma como a la persona que él recordaba cuando era niño. Siempre la vio como una chica “moderna” que no lo parece; inteligente, que le gusta lo que hace, y está cómoda consigo misma; siempre vestida con su típico suéter de cuello vuelto de color naranja, los calcetines naranja y las gafas grandes y gruesas.

Víctor Cámara  es uno de los artistas noveles más alusivos y refractarios, siempre en el lenguaje de la pintura, porque la pintura, para él, es otra forma de pensamiento, pues como defiende Robert Wilson, experimentar es un modo de pensar.

Biografía:

Víctor Cámara tiene treinta y siete “tacos”. Nació en Montpellier (Francia) en 1973. Aunque estuvo a punto de no hacerlo, por una negligencia médica, al interpretarse erróneamente unos análisis e indicársele a sus padres que se trataba un extraño “fenómeno“, aconsejándoles que lo mejor sería interrumpir el embarazo. En el colegio también malinterpretaron que no servia para estudiar, porque siempre “estaba en la luna”. Aún no sabe cómo, en 2003, se licenció en Bellas Artes por la Academia de San Carlos de Valencia. Seleccionado en los Encuentros de Arte Contemporáneo [EAC] del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert; Mulier, Mulieris de la Universidad de Alicante y Diez Propuestas de Arte Joven del Centro 14. Su obra se encuentra en numerosas colecciones privadas nacionales y algunas extranjeras. Es profesor de dibujo en Bachillerato. Actualmente vive y trabaja, felizmente, con su familia en Redován.

© José Luis Martínez Meseguer, junio 2011.