EL ESCENARIO DEL CRIMEN
Alberto Castelló Juan
22 de Julio al 23 de Septiembre
V Beca Puentíng
Una iniciativa del Vicerrectorado de Cultura y Extensión Universitaria, la Facultad de Bellas Artes de la UMH y la Sala MAG.
De miedos, vergüenzas y otras humanidades
Rosa Olivares
Vivimos rodeados de violencia, tanto real como ficticia. Nos hemos acostumbrado a convivir con el odio, la muerte, la obscenidad de la sangre. El miedo se cuela por las grietas de una sociedad que no quiere mirar directamente estos hechos, y los acumula en noticias, en archivos, en reuniones, sin poner fin, sin delimitar, solo cuantificando, catalogando nuestras miserias cotidianas. La visibilidad de esta violencia se desarrolla dentro de los parámetros de la ficción, no tanto por su contenido sino por los formatos en los que se distribuyen. La información se confunde en la misma pantalla con la ficción, y las dos están atravesadas por una misma y similar violencia. La sangre ya es solo un color y parece que solamente lo que se ve en blanco y negro se acerca de alguna manera a la verosimilitud de lo real.
En esta situación las artes visuales se desarrollan dentro de un ensimismamiento que las vuelven cada vez más endogámicas, alejadas de una sociedad que a su vez se aleja cada vez más de estas vertientes de la creación. Hoy en día el cine y la música son las dos opciones más aceptadas del arte por una sociedad que no se siente vinculada con la estética de la pintura o de otros lenguajes estéticos. Los lenguajes plásticos parecen haber perdido, sobre todo para los jóvenes artistas, la fuerza que puede expresar mejor este sentimiento de vulnerabilidad que despierta la violencia. Es muy difícil expresar el miedo en una sola imagen, sea esta una fotografía o una pintura. Hace falta acudir a la narración, a las individualidades enfrentadas, es imprescindible recurrir a otros lenguajes, y sobre todo realizar hibridaciones, mezclas que a veces pueden parecer confusas o extrañas, pero que se convierten en el formato adecuado realmente para desarrollar en la creación lo que está sucediendo en la vida, traducir a un lenguaje diferente esos rasgos sociales, esos momentos, sentimientos que en la realidad ocurren disociados. Presentar la tragedia de cerca, cosiendo las hilachas de unas vidas que deben construirse como modelos, como ejemplos de lo que sucede y tal vez no queramos ver.
En “El escenario del crimen”, Alberto Castelló construye una obra que nos envuelve, que nos rodea dándole la vuelta a la idea del teatro. Aquí los espectadores estamos rodeados por la narración, en el centro de la narración. Castelló ha integrado en su proyecto diversas opciones plásticas. En primer lugar adopta el lenguaje del cómic como eje central de su trabajo. En segundo lugar su planteamiento formal conecta con el arte público, por su acercamiento especialmente al mural. La tercera opción es la idea de instalación. Estas tres opciones se presentan de forma inclusiva, formando un solo trabajo: una pintura mural, con estructura y apariencia de cómic, ocupa las paredes de un espacio real, en el que el espectador forma parte de un teatro, una puesta en escena donde él es una parte esencial; el conjunto de objetos, personas, pintura y dibujo, se conforma como una instalación.
En todo el conjunto el eje central es una narración dura, ácida, que intenta mostrarse de una forma asimilable desde la estética, pero sin evitar la dureza de la violencia, la inexorable presencia del miedo. Pero visualizar el miedo no es cosa sencilla en una sola imagen. Por esto y porque es un lenguaje más próximo a su forma de expresión, el artista ha elegido un formato narrativo basado en el cómic, un story board que nos guía a través de los muros en una trama que siempre acaba fatalmente, cercana a la tragedia griega, donde lo inevitable sucede repentinamente, donde un núcleo fatal se desarrolla oculto hasta su explosión. El deseo, el sexo, el poder, la brutalidad, la humillación, y finalmente la muerte que trastoca, con su dolor y su pérdida, nuestra situación dentro del conjunto.
Las últimas décadas hemos visto cómo la pintura se centraba en sí misma en una actitud agónica, encerrándose en una abstracción endogámica, en un conceptualismo indescifrable y alejándose del público. La fotografía vino a cubrir ese hueco, con su figuración y su capacidad narrativa. Con la fotografía los artistas podían volver a contar cosas, algo que en la pintura había dejado de ser posible. Pero todo este tiempo en el que la fotografía se reafirmaba en el mercado y en los centros de exposiciones, la pintura se alimentaba en otras fuentes, se regeneraba, y adaptaba a su propio espacio lenguajes y gestos del cine, de la propia fotografía y del cómic. Y no me refiero a una idea de yuxtaposición y collage, sino a la transición hacia una nueva forma de narrar, a una figuración actual y no anacrónica, a la aproximación a un temario actualizado y abierto a otros aspectos sociales, alejándose de ese epicentro egótico de la abstracción.
El dibujo de Alberto Castelló es rápido, acelerado pero preciso, con la línea dura y el gesto próximo al tenebrismo, a una dureza expresionista muy acorde con los temas que nos cuenta. Es una línea continua que resbala por las paredes, que mancha el papel como con gasolina a punto de arder. El dibujo marca y guía toda la narración, toda la historia, pero cuando llega el color entonces todo se llena de gamas, de sutileza, en un profundo carmesí en el que la sangre y las sombras se adueñan de los sucesos, oscurecen los personajes, iluminado los puntos de unión entre la fatalidad y el destino. Es el dibujo una de las técnicas que el siglo XXI recupera, ya de hecho desde finales del XX, dotándole de un rango mayor, alejándolo de la idea del boceto previo, del uso de ayudante de la pintura, y concediéndole todo el protagonismo de una expresión artística autónoma e independiente. Es en esta línea en la que hay que incluir el trabajo de Castelló, él usa el dibujo como arma, como lenguaje, como vía de comunicación.
La unión del cómic y el mural marca una evolución formal en una técnica que hoy en día ha sido sustituido por el graffitti. Pero si el grafitti no se hace en el exterior, en la calle, y además no es una acumulación de signos y colores, de formas aleatorias, sino una narración coherente y lineal, se convierte en un mural contemporáneo. El mural se ha utilizado históricamente para contar historias, para dejar constancia de hechos históricos, de situaciones sociales concretas. Si nos centramos en los murales de Orozco y de Siqueiros en México resulta evidente su fuerte carácter ilustrativo, educativo, en unas narraciones de una gran belleza, al estilo de su época, propio de un momento histórico muy especial. Sus fuertes connotaciones políticas y sociales marcan la narración e incluso el estilo artístico, cercano al realismo socialista con un tinte tropical. La obra de Castelló mantiene líneas paralelas a estos aspectos: se ocupa de unos hechos sociales de gran importancia también, no estamos ante la historia con mayúsculas, esa que afecta a las naciones, sino frente a unos hechos humanos, a una escala menor, son historias individuales que se convierten en universales, que también están marcando una época. Pues la violencia y el miedo, ocultos tras la cortina de un supuesto bienestar, no resultan evidentes, pero están permanentemente acechando nuestras vidas, son nuestra sombra. La sombra de la historia contemporánea.
Finalmente, el conjunto del dibujo y de este nuevo muralismo, conforma un concepto nuevo de instalación, pues en definitiva, toda pintura colgada en un muro, más aún la pintura /el dibujo/ mural, crean una instalación. Si además se estructura toda esta ilustración en torno a espacios habitados, en los que el artista introduce elementos concretos que dialogan y prolongan la narración en el espacio, es evidente la intención instalacionista de Castelló.
Los crímenes silenciados, la violencia contenida que un día se dispara, el miedo a lo que puede pasar, la humillación de lo que pasa, están ahí, junto a todos nosotros, esperando el momento de saltar a los muros, de instalarse en un papel. Sombras de nosotros mismos que nos acechan en silencio, hasta que de alguna manera se instalan en cada uno de nosotros mismos. Ese es el mensaje, ese es el núcleo de la obra de Alberto Castelló. Algo más que una historia.